BANDERAS, JURAS Y LA MOLA

Hace apenas unos días, mandé a la atención del director del ‘Menorca’ una carta en la que expresaba mi parecer en cuanto a la próxima jura de bandera como acto conmemorativo del 125 aniversario del comienzo de las obras de la fortaleza de La Mola. Junto a ella, envié, también, un trabajo personal sobre como se gestó y en qué termino aquello de convertirla en referente cultural para Menorca.

Desconozco si la carta ha salido o no publicada; todo indica que no. La verdad duele a aquellos que miran hacia otro lado, la sal que porta la tramontana, si giran la cara, les entra en los ojos.

En la edición digital del periódico referido, me encuentro hoy con una noticia que, es posible, sea una reacción a mi carta; no lo sé, ni quiero parecer pretencioso.

No soy amigo de las ‘cartas al director’; pero sentí la necesidad de que mi mensaje, mi incómodo mensaje, llegara a más gente de los que puedan leer este post. Fui un ingenuo.

Os dejo aquí, resucitando mi blog, abandonado por cuestiones que no vienen al caso, estos textos que solo persiguen una reflexión; nunca un enfrentamiento. Determinadas formas de expresión, sin pelos en la lengua y señalando a quien haya que señalar, no les gustan.

Seguimos y seguiremos ciegos con lo que pasó y pasa en este monumento del que nos dibujan una realidad que no es la verdadera.


BANDERAS, JURAS Y LA MOLA

Respeto, y respetaré siempre, cualquier tipo de manifestación colectiva; sea esta acorde con mis ideas o no.
Respeto la perfonmance que es una jura de bandera, pero me surgen dudas en cuanto a su significado.

La juré una vez, hace ya muchos años, poco convencido, lo confieso. No quería servir como carne de cañón de unos intereses que se me antojaban ajenos, ni para mayor gloria de unos generales escondidos en despachos jugando a soldaditos.

Estoy en mi derecho de romper ese juramento, puesto que fue impuesto y no estaba permitido
meditarlo ni reflexionar sobre sus consecuencias; juré ¡Por huevos!
No me gustan las banderas, ninguna bandera; creo que imponen fronteras y crean espacios a defender de enemigos inventados.
Tuvieron su lógica, tiempos atrás, para distinguir a un ejército de otro. No a una patria de otra; la patria es otra cosa.
Nuestra bandera nace de una traición a otra bandera. Es comúnmente aceptada como símbolo por unas circunstancias que no podían ser otras, pero nunca se ha reparado esa traición y, muchos, todavía la niegan.
Respeto, repito, a estas personas que le jurarán fidelidad; pero ¿Qué significado tiene para ellos el símbolo?

¿Es el de dar su vida en caso de que tropas enemigas intenten tomar nuestro territorio o es el de defender los derechos y libertades de los que lo habitan?
En ocasiones, la bandera lo tapa todo, se instrumentaliza.
Y tenemos el caso en esta próxima ceremonia con motivo ‘del tripe aniversario de La Mola’.

Así daba la noticia el titular de este periódico.
Aún le doy vueltas, ¿triple aniversario?

La idea viene de la Comandancia de Palma, cuyo funcionario militar es, a la vez, presidente de honor del Consorcio Militar. Es muy posible que esto se gestara en Menorca por el coronel Herrero, presidente de la Junta Permanente de este Consorcio, que no tiene muy claro el papel de cada uno de sus miembros.

Cierto día, hace ya muchos años, en uno de los veraneos del presidente Aznar
en la isla, este visitó el Lazareto. Le seguían toda la cohorte de los que quieren salir en la foto.

Aznar, lejos de admirar ese imponente monumento, se dedicó a loar el tamaño de la bandera que preside la puerta, y añadió que era mucho más grande que la de La Mola.
—¡Esto sí es una bandera! —Dijo
Presente en ese acto, el coronel Riva, en aquellos momentos, presidente del Consorcio, mandó buscar la bandera más grande que hubiera en Gobierno Militar y colocarla en La Mola.
Esto es rigurosamente cierto, tanto como que esa bandera fue planchada en la casa que yo habitaba en La Mola, y por mi suegra, a la que Dios tenga en su gloria, Pilar.


Pilar, que siendo adolescente pasó una guerra y, más tarde, una horrorosa posguerra en la que le arrebataron a casi toda su familia, incluida su hermana de apenas 20 años, condenada a cadena perpetua por ‘adhesión a la rebelión’ y cuyo delito fue pertenecer a un partido de izquierdas y ser la voz
de la emisora que trasmitía los partes de guerra.
(Puedo enseñarle a quien quiera, si no me cree, la sentencia)

Pilar planchó aquella bandera que era la democrática, pero todavía despedía un olor a dictadura que persiste y es muy difícil que desaparezca; para ello han de cambiar muchos perfiles que, implícitamente, defienden una sublevación y nunca la han condenado.

Años más tarde, una serie de acontecimientos que sería imposible relatar sin ocupar todo este periódico, consiguieron que la fortaleza se convirtiera en el nuevo ‘Jardines Infanta’.


(Los que no conocieron este lugar, pregunten a sus padres o abuelos)
Nadie impidió aquello. No existe, o, al menos, a mí no me han sido remitidas después de demandarlas, licencia alguna de actividades para lo que allí se lleva a cabo.
No se demandaron licencias de obras, o, al menos, tampoco me han sido remitidas después de mi petición, teniendo que acudir al Consejo Transparencia y Buen Gobierno (amparado por la Ley 19/2013, de 9 de diciembre, de transparencia, acceso a la información pública y buen gobierno) para inspeccionar, como ciudadano, los documentos (inexistentes) que permiten hoy esos eventos y bodas para el que pueda pagarlas.
El que fuera presidente del Consorcio, coronel Castro, mandó colocar un enorme mástil con una enorme bandera, en el punto más alto de aquella península, para que todo el que llegara por mar supiera que se encontraba en la parte más oriental de territorio español.
Mientras tanto, la cubierta de hierro de lo que eran Antiguos Talleres, uno de los dos edificios que dibujan la silueta de La Mola cuando la ves en la lejanía, se venía abajo.
Durante mi estancia de 10 años allí, tuve la ocasión de enseñar, de forma privada, aquella cubierta que dejaba boquiabiertos a los arquitectos que interpretaban el uso del hierro como una muestra de los avances en la ingeniería que tuvieron lugar entre el XIX y principios del XX.
¿Qué iba a saber de eso el coronel?

El mástil se fue abajo, tal como yo predije. Conozco la manera en que los vientos azotan ese lugar.
Otra de mis sorpresas en mi última visita al lugar, fue ver, mientras me invadía la tristeza al comprobar el estado del los Cuarteles Altos, que en los cuarteles de Infantería, en la puerta principal, se había repintado y coloreado el lema que preside aquella austera puerta: ’Todo por la Patria’.

Además, a un lado y al otro, se habían encalado un par de metros de pared; lo demás sigue igual.

Con todo lo relatado, no puedo más que pensar que, paradójicamente, el colectivo militar y sus acólitos instrumentalizan a la bandera y la convierten en una alfombra en la que, después de barrer, esconden su incompetencia.
La bandera lo tapa todo, deja de ser el símbolo que nos une para convertirse en simulacro de falso patriotismo.

No quedan fuera de esto nuestros gestores electos, que no saben o miran hacia otro lado, que la fortaleza tiene la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC) y está al amparo de la Ley 16/1985, de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español.
Con la ley en la mano, tendríamos que olvidarnos —nosotros y nuestros gestores— de aquello de que La Mola es de ‘los militares’.
Técnicamente, es así, más correctamente, los terrenos pertenecen al Ministerio de Defensa; no a ‘los militares’ por su condición.

Pero cuando recibe la declaración de BIC, cualquier nuevo uso, obra o demolición, ha de ser aprobado por el Organismo competente, en nuestro caso el CIMe y su ‘conseller’ de Cultura, que asume todas las competencias a este respecto. Al actual, alguien tendría que recordárselo; aunque los que han
ido pasando por allí, le van a la zaga.
A mi entender, La Mola se ha abandonado premeditadamente.
Alguien, a saber, tiene ya en su cabeza el futuro de los Cuarteles Altos para completar el parque de atracciones que ya tiene instalado su particular ‘Jardines Infanta’ que organiza bodas con lanzamiento de fuegos artificiales a menos de 300 m de donde anida un ave en serio peligro de extinción, y a la
que protege una normativa europea que es ninguneada por los dueños del terreno y por todos los gestores que están implicados en el buen funcionamiento de nuestra Reserva de la Biosfera.
Jurar servir a la patria debería ser protestar por estas cosas; todo lo demás es un paripé que oculta, bajo la bandera, la instrumentalización de esta para que algunos olviden lo demás.
A los que tienen suerte de tener un casero, que prueben de pagarle en banderas.
A los que no, pregunten al ‘rey de los okupas de diseño’ por ver cómo lo hizo para convertir un acto, para muchos, fraudulento, en uno altruista.

Para aquellos a los que les interese ahondar en esta historia que empieza en 2005 y que resume cómo se actúa en nuestra isla en muchos casos parecidos a este y, por supuesto, en este; dejo aquí un enlace que desgrana poco a poco los principios de este ‘referente cultural’ que no dibuja nuestro ‘Diari’.

La mentira tiene las patas muy cortas; por esa razón, hay que fijar bien la vista para verlas.

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