Me pregunto si antes de celebrar un evento en La Mola, las empresas o los novios —en el caso de una boda— son sometidos a un rigoroso test para averiguar su filiación política. Digo esto en relación a lo que apela el comandante general de Baleares en el momento de denegar el acto de homenaje a Salvador Seguí: ‘El Ejército debe ceñirse a su neutralidad política‘.
Ejemplos de neutralidad política en esta institución los tenemos para elegir: desde una compañía rezando en el valle de los caídos hasta bustos de Franco en museos militares. Ejemplos de usos indebidos de instalaciones militares también los hay: comilonas homenaje a Tejero o el Sr. Ortega Smith disparando con un fusil de asalto a lo que él creía eran yihadistas.
Por esa razón, permítame mi general que no me cuadre y le regale una media sonrisa burlona que viene a significar que usted (o vuecencia) es tonto, pero no por serlo sino por creerse que los que no llevamos guerrera con bisutería (los putos civiles) lo somos. No puedo sino imaginármelo en la Puerta de la Reina disfrazado de Golum y recitando aquello de ‘La Mola es mía’.
Una escritura notarial da fe de que esos terrenos pertenecen al Ministerio de Defensa. Quiere esto decir que pertenecen al Estado, no a ‘los militares’. Al poseer la declaración de Bien de Interés Cultural, la ley exige al ministerio su cuidado. Cosa la cual es más que dudosa. De momento, ese cuidado se ha limitado a pintar de blanco una pared de la entrada del cuartel de infantería en los Cuarteles Altos y restaurar el lema ‘Todo por la Patria’ o a colocar una enorme bandera española que daba fe de a quien pertenecía el peñasco; pero, este peñasco es del viento, el mástil acabó por tierra.
Por otro lado, esta declaración de BIC y los propios estatutos del Consorcio obligan a promover la Cultura en todos sus ámbitos.
Mi querido general: La Mola no es sólo una fortaleza militar de indudable valor arquitectónico e histórico. Forma también parte indisoluble de la historia de nuestra ciudad. Todos aquellos que la construyeron, habitaron, sufrieron privación de libertad y trabajos forzados, sirvieron como soldados o se aprovecharon y se aprovechan de su decorado para lucrarse son parte de su línea temporal, de lo ocurrido, de su historia.
La labor del Consorcio es promover todas las historias, no sólo la militar que, por cierto, se hace de forma penosa cuando se colocan cañones de campaña en las casamatas del baluarte 9; cañones que nada tienen que ver con los que se artillaron en ese lugar; simplemente por rellenar. Hubo un tiempo en que la gerente de la anterior empresa concesionaria colocó enormes maceta con olivos silvestres en la entrada del Hornabeque; primaba la decoración para eventos antes de lo que es realmente aquel fortín; nadie dijo nada hasta que dije yo; pero esas cosas me costaron enemigos. Mi buen amigo el comandante Gomila, primer secretario del Consorcio, hubiera dicho ‘aixo me fa mal d’ulls‘.
Se entendería su excusa si el acto de homenaje lo organizara el Ejército; pero, antes nieva en agosto y el general Alejandre se nos muda a Somalia; en clase business, of course. Él no se iría de viaje de novios a Cancún.
Salvador Seguí, el Noi d’el Sucre’, usaba la palabra para convencer. Ahora, dígame Vuecencia cómo explicamos qué herramientas uso el Ejército hace un siglo para lo mismo.