Cuando muchos menorquines, españoles residentes en Menorca, otras personas con la nacionalidad española y por lo tanto sujetos a nuestras leyes con lo que ello conlleva en derechos y deberes, jóvenes con estudios universitarios sin la suerte de proceder de una familia bien…
Cuando todos ellos tienen como única solución habitacional compartir un piso, casa o cualquier rincón donde quepa un colchón.
Cuando es imposible para un ciudadano, con un estatus económico medio, embarcarse en la aventura de adquirir una vivienda por el alto y surrealista precio que han alcanzado y los porqués están más que claros.
Cuando el derecho a la propiedad privada prima sobre el derecho a la vivienda digna; derecho recogido en el Art.47 de nuestra Constitución.
Cuando no se busca ni se tiene voluntad política de encontrar un equilibrio entre estos dos derechos; es que algo va mal, seguirá yendo mal y nosotros, los de abajo, somo responsables de que vaya mal.
Cuando se coloca a una consellera en Palma con intereses en empresas inmobiliarias y consigue legalizar ‘los hortals’ con la facilidad burocrática que eso llevará consigo para su salida al mercado y, por lo tanto, la oferta y el negocio basado en la venta de estos hasta ahora protegidos lugares que pasarán a cotizarse a precio de oro con la consiguiente abundante y aberrante ganancia de empresas como las que asesoraba la ahora ex consellera famosa por el favor que le hizo al Sr. Casals (y lo digo alto y claro ‘favor’) contra el criterio de los técnicos y de la ley misma que ha demostrado con sentencia firme que aquello se hizo ilegalmente causando otro problema más que acabaremos pagando los menorquines al igual que ese hotel siempre lleno en Son Bou, pero sin reserva alguna. El sumun del neoliberalismo y amiguismo que. personalmente, me deja cara de tonto.
Cuando la ‘otra’ consellera, esta vez en Menorca y en la administración que presume estar ‘más cerca del ciudadano’ no tiene más que líos personales y el propio presidente de esta organismo la acusa de ‘poca dedicación’; es que algo va mal y de mal en peor.
Cuando alguien se cruza con otra persona que lleva un perro de paseo y le dice al dueño ‘qué guapo el perro, ¿cómo se llama?’.
Ministerio de la Vivienda —le responde el dueño del can.
—¡Caramba, qué nombre tan raro ¿Muerde? —Dice el otro.
—No, no hace nada —Contesta el dueño del perro
Es que algo va mal.
Algo va mal ¿Qué hacer?
¿Protestar? Nadie quiere que se sepa de sus miserias.
¿Quedarse callado? De esta manera el problema deja de ser problema porque nadie sabe que existe, aunque este ahí.
Cuando un ciudadano rico de otro país europeo compra una casa en lo que queda de la ciudad en su casco histórico, la reforma, la deja como la portada de una revista de aquellas de decoración, pero en un año ha pasado tres días en ella y ahora, sabiendo que él es rico, pero los hay más ricos, la pone a la venta por tres millones de euros.
Algo va mal, algo es profundamente injusto en esta sociedad que se las da ‘del bienestar’ y acaba siendo un decorado que esconde a pobres y todos creemos que no existen hasta que nos miramos al espejo.