REFLEXIONES MARIANAS DE UN ATEO
María es un personaje sencillo, con escaso ‘papel’ en lo que son los Evangelios católicos.
María es la Madre, heredera de la devoción que siempre ha habido en muchas culturas, y más concretamente en la mediterránea. hacia el concepto de la fertilidad.
Isis, en la cultura egipcia, era considerada madre divina del faraón. Deméter y Ceres fueron en la Grecia clásica diosas de la fertilidad y matrimonio. Juno ocupó ese papel en la cultura romana.
María no es más que la continuidad de esa tradición y de la necesidad del ser humano de comunicarse con lo abstracto y convertirlo en divino, lo que apaciguará su tránsito por la vida y le ofrecerá la protección que su subconsciente creará en base al sentido que generación tras generación se haya dado a una imagen, a un concepto o a un concepto convertido en imagen.
Desconozco la construcción conceptual de las divinidades pre-católicas que he nombrado; pero tengo una ligera idea de lo ocurrido en los milenios transcurridos hasta hoy en que reina a modo de camuflada diosa nuestra ‘Virgen’ en sus diferentes advocaciones.
Es de destacar que la primera ‘cualidad’ con la que se nos disfraza a la figura de María es su virginidad.
No se puede entender, desde una mente lógica y que huye de las supercherías, que una mujer dé a luz y, por dogma, sea virgen antes y después del nacimiento de su hijo.
Pero esto no ha sido siempre así, es una construcción de los teólogos de la Iglesia Católica que perseguía un fin que llevaría demasiadas líneas explicar.
Alguien se ha preguntado alguna vez el porqué en nuestra isla— territorio hasta hace muy poco alejado del mundo y al que las nuevas ideas tardaban años en llegar— se denomine a María como ‘Mare de Déu’. ¿Algún menorquín se refiere a ella como ‘La Verge’?
Esto ocurre, muy posiblemente, porque en un principio, los antiguos cristianos no se cuestionaban esa virginidad y María era, simplemente y como mujer, la Madre de Dios con todas las consecuencias que ser madre conlleva.
Después, concilio tras concilio, los teólogos —a los que podríamos decir que les faltaba una patata para el kilo a todos— construyeron una María a su medida, lo más alejada de las deidades que le precedieron.
Casta, virgen, inmaculada, lo que viene a significar sin relación con hombre alguno y, por lo tanto, un cambio radical en cuanto a las otras divinidades nombradas y un castigo hacia aquella mujer terrenal que no siguiera las cualidades de la neo diosa católica.
A María se la despojaba de su mensaje de humildad, el mensaje de aquella mujer que dio a luz en un establo, por la de una imagen a la que se le comenzó a dar forma, siempre de la manera más ostentosa posible.
De esta manera, el pueblo llano creía que lo divino se asociaba con el lujo y se corrompía el relato de su modesto origen para favorecer a las clases dominantes.
María ha sido mancillada por cardenales, teólogos y papas a su conveniencia para, generación tras generación, pulir la especial moral católica que se moldea con la sumisión y castidad que ha de tener la Mujer para seguir los pasos de esta nueva diosa y la resignación ante las desdichas de la vida, tal como se resignó Jesús, dicen que para salvarnos de algo; aún no sé de qué.
Hace algunos siglos, al populacho, analfabeto por conveniencia de las clases dominantes, se le preparaba una performance sobre unos llamados ‘pasos’ y durante la Semana Santa católica para que entendieran los distintos pasajes del Nuevo Testamento que no podían leer, ya hemos dicho por su analfabetismo calculado. Se hacia así para no extender la idea de lo que les contaban coincidía poco o nada con lo escrito. La particular visión católica de los Evangelios ha sido una campaña de marketing excelentemente montada para someter a las masas a través del miedo, la resignación de Cristo y la virginidad de María.
Todavía hoy podemos ver esa tradición que es vivida con inusitado fervor por muchas personas que no pisan una iglesia si no es ese día o por un funeral.
Sería escandaloso para muchos que en alguna de esas tallas se representara el parto de María con toda naturalidad que tiene ese proceso de alumbrar una nueva vida.
Sin embargo, aceptamos con total normalidad las imágenes de un hombre, al que tomamos por un Dios, clavado sobre una cruz, sangrando por su corona de espinas y torturado hasta la saciedad.
¿Algún católico se ha parado a pensar que la imagen que se exhibe en iglesias y lugares sagrados, imagen que es símbolo de esta religión, es la de un hombre ejecutado? ¿Qué pasaría si tal ejecución hubiera sido por ahorcamiento?
Ni al marqués de Sade se le ocurriría escribir y mostrar en alguna ilustración semejantes barbaridades construidas a lo largo del tiempo en que la Iglesia ha pretendido moldear nuestras mentes para que las costumbres de las antiguas civilizaciones precedentes fueran sólo asequibles a los ungidos sacerdotes y a las clases pudientes.
Y de ello dan cumplida cuenta los escándalos salidos recientemente a la luz y cuyos protagonistas son sacerdotes que amparados en su condición y a los que, a priori, se les suponía una recta conducta, dado que juraron unos votos, cuando en ese grupo selecto de sotanas se ha concentrado durante muchos años y en secreto sabido, pero nunca comentado, la más abominable de las parafilias: la pederastia.
Y todo lo dicho viene dado para analizar con datos una bobada de controversia que, año tras año, se produce cuando se acercan las fiestas patronales de esta nuestra ciudad.
Las conocidas y durante muchos años aceptadas como ‘Festes de Gracia’ son ahora rebatidas en su denominación por un grupo de selectos y piadosos ciudadanos que aseguran que deben denominarse ‘Festes de la Mare de Déu de Gracia’.
En el fondo, una u otra denominación significan lo mismo. La cuestión está en que se pretende por parte de unos volver a un nostálgico —para ellos—pasado de procesiones, adoraciones y demás ritos y supercherías.
No se dan cuenta de que la María que aparece en los Evangelios es todo menos lo que ellos han creado; no atesora mantos ni oro ni su hijo nos dice que adoremos su sangre.
Cuando se relata ‘la última cena’ se habla de ‘reparto’, palabra para algunos maldita.
Esta construcción de la que hemos hablado nos ha introducido lentamente en nuestro sistema neuronal la imagen de un Jesús más parecido al mago David Coperfield que a lo que realmente predicó.
Un Cristo milagrero en nada parecido a su padre y que capítulo tras capítulo de las Escrituras nos da a entender que todos nacemos iguales; lo dice dos mil años antes de la Revolución Francesa.
Cristo se enfada en el Templo con los que allí montaban un mercado; recientes investigaciones demuestran que se la palabra ‘cambistas’ fue sustituida por la de mercaderes. Los ‘cambistas’ fueron aquellos que prestaban dinero a cambio de devoluciones con intereses; quizás les suene eso.
Algunos pretenden con esta corrección de la denominación de nuestras fiestas, instrumentalizar la imagen de una María que no pretende halagos ni señoríos sino todo lo contrario.
Nuestras fiestas tienen aquel refinado encanto de la mezcla entre lo pagano y lo divino.
Nadie, cuando recorre el Cos d’Gracia, dice que va a las completas en la ermita de la Virgen de Gracia, dicen simplemente ‘nam o anam a Gracia’.
La controversia es banal y pueril. Propia de, como dije, de nostálgicos de aquellos tiempos en que se pecaba mucho más que ahora, pero no se veía.
Quizás por eso los mahoneses escondemos la condición de ‘Madre de Dios o Virgen’ en el momento de dedicar nuestros días de bullicio y diversión simplemente a ‘Gracia’ a la que, haciendo uso de nuestro libre albedrio, convertimos en Baco o danzamos al son de la música de Fauno; adoramos al caballo de Ícaro que con su salto pretende llegar al sol y buscamos ser libres por dos días; libres de la bazofia mental que ha manejado nuestra cultura desde tiempos muy remotos.