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VIVIMOS DEL TURISMO; SI, PERO DÓNDE

CÓMO Y DE QUÉ MANERA HEMOS LLEGADO HASTA AQUÍ

La manida frase ‘vivimos del turismo’ ha servido durante muchos años, décadas ya, para defender una industria que devoró a las demás y amenazaba con devorarse a si misma.

El turismo ha fabricado en Menorca cinco, a lo sumo seis, familias inmensamente ricas, de todos conocidas.

Los demás, camareros, comercios, restauradores y los que te sueltan los perros al menor atisbo de crítica hacia el sector han recogido las migajas de estas migraciones transitorias y veraniegas que cambiaron por completo el paisaje isleño hasta el punto de, como decía, devorarse a si mismos porque sin paisaje no hay atractivo y sin atractivo a lo sumo hubiéramos podido aspirar a un modelo semblante al de Magalluf.

Nuestras industrias, calzado y bisutería, desaparecieron por falta de visión de futuro.

La excusa del ‘mercado asiático’ y sus menores costes de producción por su mano de obra barata no sirve. Media isla trabajaba en pequeños talleres o en sus propias casas cobrando sueldos de miseria, con el beneplácito de los sindicatos. Pero que, con la coyuntura económica de los 70 y 80, permitía completar un sueldo decente en la unidad familiar, por aquellos entonces con una media de tres hijos a mantener.

Todo desapareció, ya he dicho, por falta de visión de futuro; exceptuando al sector del calzado y a Úrsula Mascaró que supo ver en el diseño el camino a seguir en unos tiempos que estaban cambiando.

El resto, los herederos de aquellos empresarios loados hasta la saciedad a la manera en que se loa a quienes provienen de un entorno pobre, ascienden económicamente y entran en la categoría de ‘hechos a si mismo y ejemplo para la sociedad’, se dedicaron a mover el dinero hacia un sector seguro, sin riesgo y hoy más que provechoso: el inmobiliario.

Los bisuteros viajaban a París, Milán y otros destinos por ser vanguardia de la moda, no para vender su producto sino para fotografiar escaparates y copiar piezas.

El ‘modelo asiático’ de aquella época era el menorquín; no nos engañemos.

Nos quedamos a solas con el Turismo y la famosa frase tomaba más fuerza si cabe.

Las administraciones apoyaban sin fisuras al sector que no desembolsaba un euro en campañas promocionales: se lo daban (dábamos) todo en cucharilla.

Tras años en que los Bancos nos hicieron creer que éramos ricos porque nos prestaban su dinero y parecía que era nuestro llegó la hecatombe.

Hipotecas sin pagar y familias sin hogar.

Aunque, personalmente, conozco dos casos con una deuda superior al millón de euros al Erario público que han seguido en sus casas, tan ricamente —y nunca mejor dicho— sin que les afectara aquella coyuntura en la que muchos españoles —y no exagero— se suicidaban al no ver futuro cuando se presentaban en su hogar un secretario judicial y una buena cantidad de policías para hacer cumplir la ley.

En nuestra isla, un gobierno formado por socialistas y eco-soberanista apostaban por un modelo cultural en contrapartida al ibicenco.

La Sra. Joana Barceló pactaba con militares y empresarios para que La Mola fuera la protagonista de ese modelo.

Sólo que ese pacto permitió que el Sr. Sintes, con el beneplácito de todos los que nos vendieron la mentira del modelo cultural, campara por sus anchas por aquel territorio e hiciera y deshiciera a su antojo zonas de la muralla que en el pliego de condiciones que le concedió el servicio estaban vetadas a ese tipo de negocios.

Y, por si fuera poco, la ley también lo prohibía expresamente.

La Sra. Barceló pactó hacer la vista gorda pasando por encima de sus socios de gobierno y dejándolos a un lado (caso de Mateu Martínez, conseller de Cultura y máxima autoridad en unas competencias que fueron, en su día, cedidas al CIMe) todo para ‘colocar’ a su amiga y conciudadana, la Sra. Joana Catalá.

Eso fue así, y no le den más vueltas. Entre ellos lo guisaron y entre ellos se lo comieron; eso sí, la cuenta la pagamos todos a escote. Si no se hubiera producido aquel accidente en una fiesta montada a toda prisa en un lugar para nada apto para este tipo de eventos, al estar reservado para el sábado siguiente el espacio habitual (ni un espacio ni otro tenían, ni todavía poseen, licencia de usos) el modelo ibicenco se hubiera arraigado con fuerza en Menorca con las consiguientes repercusiones en la vivienda; de todas formas, aquella desgracia no hizo más que atrasar lo ya inevitable.

La especial visión del Sr. Sintes para atraer público snob hizo que uno de los lugares emblemáticos de la fortaleza que estaba llamada a se ’referente cultural’ se convirtiera en el ‘salón de bodas’ más famoso del país.

Salón de bodas cuyo alquiler costaba menos que un local en el centro. Sin permiso de actividades y sin permisos de obras cuando se empezó a acondicionar aquello al gusto de aquel empresario con tan enorme capacidad de convicción. Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que esa capacidad de convicción no cabía en cualquier maleta.

Cuando el CIMe tuvo La Mola entregada, se centró en el Lazareto. Más de lo mismo, aunque el responsable de los festivales no aptos para los que no llegamos a fin de mes, era un director insular de proyectos sostenibles.

Más paradoja no cabe cuando la contaminación sonora y lumínica afectaba, no sólo a los vecinos de Es Castell sino a un ave en peligro de extinción que anida a menos de 1Km de donde se organizaban los saraos y a menos de 100m de donde se organizaban en La Mola.

Mientras tanto, el general Alejandre ya tenía entre sus ilusiones megalómanas a la isla del Rey restaurada y preparada para el uso popular; al menos ese era el mensaje.

Sólo que de uso popular nada. Un grupo de entusiastas estaban preparando el terreno —en un primer momento a la buena de Dios en un monumento declarado BIC—para los planes futuros de Alejandre que pasaban por colarnos una sucursal de una de las mejores galerías de arte del mundo.

Parece una gran idea; pero para quien saca beneficio de ella tan sólo.

Desde que el Turismo es Turismo se ha discutido siempre el modelo al que aspiraban los menorquines. De aquellos mochileros tan criticados se ha pasado a los ‘maleteros repletos de billetes’ que vienen y se van el mismo día en sus jets privados y después de colocar dinero en obras de arte que esperan a revalorizase. No han creado industria, no han creado puestos de trabajo; simplemente, y a través del arte, han especulado en un territorio que pertenece al municipio. Que yo tenga entendido, Alejandre no tiene las escrituras de ese lugar.

Y hemos creado extranjeros que compran vivienda para inversión porque tienen mucho que ‘lavar’ y a la consiguiente carambola que es el alza de los precios de la vivienda y la imposibilidad de habitar el territorio de aquellos que a él pertenecen por nacimiento.

Aunque siempre nos quedará la emigración de personas sin recursos para poder criticarlos y señalarlos como culpables de todo.

Nuestra isla empezó a ser lo que lleva camino de convertirse, otra vez paradójicamente, cuando consiguió la declaración de Reserva de la Biosfera.

Dice la definición:

Las Reservas de la Biosfera son territorios cuyo objetivo es armonizar la conservación de la diversidad biológica y cultural y el desarrollo económico y social a través de la relación de las personas con la naturaleza.

A partir de ahí todo fue un paripé de nuestras administraciones que colocaron unos molinos de adorno y un vertedero que durante años fue una verdadera vergüenza.

Hemos conseguido armonizar algo; no, todo lo contrario.

Ante la imposibilidad de ni tan siquiera poder alquilar una vivienda debido —como decía Felipe ‘por consiguiente’— a las distintas actuaciones antes relatadas antes y con el beneplácito de unas administraciones embusteras hasta límites insospechados y a la permisibilidad del negocio del alquiler turístico.

Tampoco es posible comprar cuando una cochinera se vende a precio de mansión en Berberly Hills y así nace un nuevo fenómeno que se está ahora gestando, pero pronto será la única alternativa de las generaciones que siguen a la nuestra: la emigración por vivienda.

Dicho de otra manera: Nos están echando de nuestros paisajes naturales y culturales, de nuestros entornos sociales y de la posibilidad de planear un futuro en ellos.

Nos están echando gentes que están podridas de dinero, a la que no les falta casa donde vivir; más bien, ha de jugar a los dados para decidir dónde pasar las distintas estaciones.

¿Es esto justo?

Poco a poco se ha ido gestando en nuestras propias narices, y nuestro silencio es cómplice.

Tenemos hoy a elegir entre compartir una vivienda con otras personas, cosa que indefectiblemente, conlleva problemas de convivencia, o emigrar.

No conozco estudios a este respecto, pero creo seremos el único territorio insular en el que tal cosa ocurra o está ocurriendo.

¿De qué sirve la subida del SMI y las pensiones, que haya más empleo, que la economía funcione bien cuando se habla de macro? De qué sirve si no tenemos acceso a un techo sin dejar al casero toda nuestra nómina.

Lo escrito no es una predicción de Nostrodamus, es la pura, dura y cruda realidad.

Vivimos del turismo; sí, pero dónde.

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