Mi círculo más íntimo suele reprocharme que, cuando cuento alguna de las anécdotas de mi vida, las revisto con una ‘intro’ que las exagera y conduce al equívoco si mi interlocutor no hace la pregunta a la que yo le conduzco.
Aunque, en el fondo, nadie, después de oírla puede acusarme de mentir.
Este recurso lo usaba en mi etapa como guía de La Mola y este sucedido en concreto es algo que no he contado en mis ebooks: Arte de Quinto 1, 2 y 3.
La historia empieza cuando me avisan que ha determinada hora de la mañana se desplazarán a La Mola un grupo de personas y un director de cine para ver si encuentran escenarios adecuados, localizaciones para una película.
Pregunté quién era ese director; no supieron, desde el Museo Militar, decírmelo.
Al llegar la comitiva en varios coches de alta gama, abrí las barreras de Es Freus y les pedí que aparcaran y esperaran a que cerrase para subir a la fortaleza.
Una vez arriba aparcamos delante de los cuarteles de artillería bajaron de sus vehículos alrededor de 20 personas, todas con cámaras de fotos con todo tipo de objetivos.
Un hombre elegantemente vestido con traje de lino blanco me saludó. Me pidió que le enseñara espacios con unas determinadas características. Los demás miraban a su alrededor discutiendo y sacando fotos.
Todos menos uno que permanecía pensativo, aislado, mirando hacia el puerto o lo que se podía ver de él allí.
Pregunté al traductor español quién era ese hombre. Le conté de que se me había informado que era director de cine, pero no me indicaron su nombre.
—Es Ridley Scott —dijo el traductor.
—¿¡Qué!? —dije yo.
Cuando La Mola era visitada por un general cualquiera o algún funcionario de alto rango en Defensa, siempre llegaba acompañado por el presidente del Consorcio en visita VIP.
Había llegado uno de los más grandes genios del cine de todos los tiempos y ni tan siquiera la prensa lo resaltaba.
Allí estaba yo, buscando un escenario para una determinada escena de su próxima película: ‘El Reino de los Cielos’.
El productor de Blade Runner, el director de Alien, el 8º pasajero, de Thelma y Louise. Nominado varias veces a los Óscar y ganador de uno por el film ‘Gladiator’… Me pedía una localización concreta a mí.
Bueno, no directamente a mí, porque él no hablaba, era como si viviera en un mundo aparte de todos los que le seguían; si hubiera podido penetrar en su cerebro, hubiera visto caballeros cruzados yendo a socorrer al rey de Jerusalén y esperando a que el mar calmase para cruzar un estrecho que se les interpuso; pero no podía, claro está, y sólo veía a un señor que podía pasar perfectamente como un visitante habitual de los que le hubieran tocado a Jackie, la guía para británicos que trabajaba conmigo.
La imagen de Ridley Scott no es de lo más mediático; incluso, poca gente conoce a quién esta detrás del film ‘Blade Runner’, película de culto con la escena final más icónica jamás vista; por cierto, doblada al castellano por Constantino Romero.
Por esa razón se me encomendó recibirlo. Si llega a ser Almodóvar se me presenta allí hasta la presidenta del Govern.
Así pues, conduje al grupo hacia el mirador del Hornabeque (muchos conoceréis el lugar como ‘el de las bodas’ y eso es un completo fracaso para nuestras administraciones) aquel mirador, en aquella época, era un lugar no muy seguro para las visitas. Después se colocó una tarima de madera, escalones y una barandilla por la que un niño se colaba perfectamente con el consiguiente peligro de ir directo al foso; pero la barandilla era de diseño, ya sabéis; lo que importa es el conjunto ¿Sí o qué?
El grupo tenía que acceder a ese mirador subiendo unos improvisados escalones hechos de bloques de construcción apilados de forma que la base aguantaba el peso de la siguiente hilera a la que se le restaban dos bloques y así hasta salvar el desnivel que provocaba el muro. Todo sin estar rematado con cemento, pero seguro.
El grupo subió sin problema alguno y apareció ante sus ojos la imagen de nuestro puerto casi a vista de pájaro. Espectacular.
Sacaron fotos, discutieron; Mr. Scott en silencio.
Cuando él decidió marcharse, todo el grupo bajo como si nada. Yo, como siempre hacia, me coloqué en el lugar en el se conectaba con el primer escalón y cogía del brazo a quien se dejara.
El Sr. Scott no las tenía todas consigo y espero a ser el último.
Se dirigió a mí por primera vez, no sé lo que me dijo, pero le contesté ‘Yes’.
Intuí su inseguridad y le ofrecí el brazo. No era aquella su idea. Con señas me indicó que bajara delante de él. En el primer escalón puso sus manos en mi espalda. En el segundo, el bloque hizo un leve movimiento y él, más por miedo que por otra cosa, perdió el equilibrio. Me giré y lo sujeté fuerte. Me dirigí a el diciéndole: ‘No te me vayas a caer que me quedo sin empleo’.
Naturalmente sabía que no me entedía.
El resto del grupo, todos con cámaras y gorras de beisbol con la bandera americana no prestó el menor caso al incidente. Pero si llega a caerse, lo hace de apenas dos metros, aunque sobre una superficie de piedra y sobre una de las banquetas para cañones, o sea, unos escalones que servían para dar visión a los artilleros. Quiero decir, si no se mata, se hace mucha pupa, seguro.
Yo hubiera salido en todos los periódicos a nivel mundial. Me hubieran despedido porque me tenían prohibido subir gente ahí, pero qué le vamos a hacer…
A día de hoy, poca gente sabe que semejante figura del cine estuvo buscando localizaciones en La Mola, y mucho menos que el guarda le salvó la vida. El siguiente lugar que visitamos, al tener yo más claro lo que buscaban, fue un paraje desde el que se divisaba la ensenada a la que llamamos ‘Clot de La Mola’.
Allí, Scott permaneció largo rato sentado sobre una piedra mirando al mar. Los demás seguían discutiendo. Los intermediarios de la producción con traje blanco de lino estaban como flanes, no en vano, les iba mucho dinero con la decisión.
Cuando visioné la película pude darme cuenta del lugar que estaban buscando. La escena que se hubiera filmado en Es Clot en caso de ser del agrado del director, hubiera necesitado recrear todo un castillo en la zona que ocupa la batería de costa general Munáiz y dura apenas dos minutos. Esos dos minutos hubieran significado una entrada de dólares significativa para Menorca y para La Mola.
Aunque mejor que no fuera así, porque se hubieran perdido por algún desagüe.
Todo acaba cuando Scott se levanta, llama a su interlocutor español y este, con cara de pesadumbre, anuncia que es la hora de comer y nos vamos a Malta a seguir buscando. El grupo quedó en completo silencio; Dios había hablado y sentenciado.
Ese día, en mi casa tenía preparado arroz cubano; me acuerdo perfectamente. Pensé que la vida era injusta, ellos comiendo en Malta y yo arroz cubano. Se fueron y con ellos voló el sueño de repetir un rodaje allí.
Hacía poco más de un año que viví la experiencia con el de una serie para la televisión británica: ‘Las aventuras del capitán Hornblower’. Un personaje de novela muy conocido en Gran Bretaña llevado a la pantalla.Volví a casa pensando que de buena me había librado cuando pude sujetar al oscarizado director.
Pensé en el titular del MENORCA: <<Conocido director de cine se empotra contra el suelo en La Mola>>
Pero había visto de cerca a un genio y, además, le había salvado la vida.
¿Cuántos pueden contar esto?